El frío escocés calaba hasta los huesos, incluso en pleno verano. La niebla espesa se abrazaba al lago Ness como un sudario, ocultando sus secretos en un abrazo gélido. Angus, un joven fotógrafo aficionado, se encontraba en la orilla, su cámara colgando de su cuello como un amuleto contra el miedo.

Había escuchado las historias, por supuesto. Susurros de una criatura colosal que habitaba las profundidades del lago, un monstruo prehistórico con un cuello largo y escamoso que emergía de las aguas como un espectro. Angus no creía en leyendas, pero la fascinación por lo desconocido lo había llevado hasta allí.

El silencio era ensordecedor, solo roto por el canto melancólico de un cuervo solitario. Angus ajustó el trípode de su cámara y enfocó hacia la niebla, esperando capturar una imagen que desafiara la lógica. De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Un sonido gutural, como un rugido ahogado, resonó desde las profundidades del lago.

Angus se aferró a su cámara con manos temblorosas. La niebla comenzó a agitarse, arremolinándose en formas grotescas que parecían bailar bajo la luz tenue de la luna. Un bulto enorme emergió de la oscuridad, una sombra colosal que desafiaba las leyes de la naturaleza.



El monstruo del lago Ness era real. Angus lo vio con sus propios ojos, una criatura de pesadilla con ojos que brillaban como brasas en la oscuridad y una boca llena de colmillos afilados. El terror lo paralizó, incapaz de moverse o siquiera gritar.

La criatura se dirigió hacia él, su cuerpo ondulante dejando una estela de olas turbulentas. Angus se aferró a la esperanza de que solo fuera una alucinación, un producto de su imaginación trastornada. Pero el monstruo era real, tan real como el miedo que lo consumía.

Justo cuando la criatura estaba a punto de alcanzarlo, un sonido agudo rasgó el aire. La niebla se disipó de repente, bañado el lago en la luz del alba. El monstruo rugió una última vez antes de sumergirse en las profundidades, desapareciendo tan misteriosamente como había aparecido.

Angus se quedó solo en la orilla, temblando y empapado en sudor frío. Su cámara yacía en la arena, olvidada en el fragor del terror. Nunca más volvió al lago Ness, pero la imagen de la criatura lo perseguiría para siempre, grabada a fuego en su memoria como una prueba de que el horror puede esconderse incluso en los lugares más bellos.

Años después, Angus todavía se pregunta qué vio esa noche. ¿Era realmente el monstruo del lago Ness, o solo una criatura de su imaginación? La duda lo atormentará por el resto de su vida, un misterio tan profundo como las aguas del lago Ness.

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