Nunca me gustó el cementerio de Guadalajara. Siempre me pareció un lugar lúgubre y siniestro, lleno de tumbas antiguas y descuidadas. Pero esa noche no tuve más remedio que pasar por ahí, pues era el único camino para llegar a mi casa después de salir del trabajo.

Iba caminando con prisa, tratando de ignorar los ruidos y las sombras que me rodeaban. De pronto, vi algo que me llamó la atención: un árbol enorme y frondoso que se alzaba en medio del camposanto. Era el único árbol que había en todo el lugar, y tenía un aspecto extraño y amenazador. Sus ramas eran largas y retorcidas, y sus hojas eran de un color rojo sangre. Me pareció ver que algunas de ellas se movían, como si tuvieran vida propia.

Sentí una curiosidad morbosa por acercarme a ese árbol, a pesar del miedo que me inspiraba. Tal vez fue una mala decisión, pero no pude resistirme. Me fui acercando poco a poco, hasta que estuve a unos metros de distancia. Entonces, noté algo que me heló la sangre: el árbol tenía una placa de metal clavada en su tronco, con una inscripción que decía:


"Aquí yace el conde Vlad Tepes, el vampiro de Transilvania, muerto en 1897 por una estaca de madera en el corazón. Que Dios tenga piedad de su alma."

No podía creer lo que estaba leyendo. ¿Era posible que ese árbol fuera la tumba de un vampiro? ¿Y que ese vampiro fuera el mismísimo Drácula, el legendario príncipe de las tinieblas? Me quedé paralizado, sin saber qué hacer. Entonces, escuché una voz que me habló desde el árbol:

- ¿Quién eres tú, y qué haces aquí?

La voz era grave y profunda, y tenía un acento extranjero. Me estremecí al oírla, y sentí que me invadía un terror indescriptible. Quise huir, pero mis pies no se movían. Era como si el árbol me hubiera hipnotizado.

- Soy... soy... - balbuceé, sin poder articular una respuesta coherente.

- No importa quién seas. Lo único que importa es que eres mi presa. Hace mucho tiempo que no pruebo la sangre humana, y tú me has despertado de mi letargo. Ahora vas a pagar por tu osadía.
Antes de que pudiera reaccionar, el árbol lanzó una de sus ramas hacia mí, como si fuera un látigo. La rama me golpeó en el pecho, y sentí un dolor agudo y punzante. Miré hacia abajo, y vi que la rama tenía una especie de colmillo en su extremo, que me había perforado el corazón. La sangre brotaba de mi herida, y se iba absorbiendo por la rama, que se teñía de un rojo más intenso.

- ¡No! ¡Por favor, no! - grité, con las últimas fuerzas que me quedaban.

- Es inútil que supliques. Nadie puede oírte, ni ayudarte. Estás solo conmigo, y yo soy tu dueño. Ahora vas a morir, y tu alma será mía para siempre.
La voz del árbol se burlaba de mí, mientras yo sentía que la vida se me escapaba. Traté de resistirme, de arrancarme la rama del pecho, pero fue en vano. El árbol era más fuerte que yo, y me tenía atrapado. No había escapatoria.

Lo último que vi fue su rostro. Sí, el árbol tenía un rostro. Un rostro pálido y cadavérico, con unos ojos rojos y brillantes, y una boca llena de colmillos. Era el rostro del vampiro, el rostro del mal. Me miró con una sonrisa malévola, y me dijo:

- Bienvenido al infierno.

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