Me llamo Carlos y vivo en la ciudad de México con mi novia Sofía. Nos mudamos hace un mes a un departamento en el centro, cerca de la Alameda Central. El lugar nos pareció perfecto: amplio, luminoso, barato y bien ubicado. Lo único que nos extrañó fue que el dueño nos advirtió que no entráramos al sótano, que estaba cerrado con llave y que guardaba cosas personales.

Un día, cuando Sofía estaba en el trabajo, decidí explorar el edificio. Me dio curiosidad el sótano y quise ver qué había allí. Busqué en el cajón del dueño y encontré una llave que parecía ser la del sótano. Bajé las escaleras y abrí la puerta con cuidado. Lo que vi me heló la sangre.

El sótano era una especie de altar satánico, lleno de velas negras, símbolos extraños, libros de magia negra y restos de animales. En el centro había una mesa con una mancha de sangre y unas esposas. Sobre la mesa había una foto de Sofía y yo, con una cruz invertida dibujada encima. Al lado había una nota que decía: "Esta noche los sacrifico a los dos. Ellos son los elegidos. El señor oscuro me lo ha ordenado".

Sentí un escalofrío y un terror indescriptible. Corrí hacia la salida, pero la puerta se cerró de golpe y se trabó. Grité pidiendo ayuda, pero nadie me escuchó. Estaba atrapado en el sótano del horror, a merced de un loco que quería matarnos. Pensé en Sofía y en lo que le haría cuando llegara. ¿Cómo podía salvarla? ¿Cómo podía escapar?

De repente, escuché unos pasos que bajaban por las escaleras. Reconocí la voz del dueño, que cantaba una canción macabra. Llevaba una túnica negra y una daga en la mano. Me miró con una sonrisa malvada y me dijo:

- Hola, Carlos. Veo que has descubierto mi secreto. No te preocupes, pronto estarás con tu novia. Ella ya está aquí, en el otro cuarto. Los he preparado para el ritual. Será una noche inolvidable.
Dicho esto, se abalanzó sobre mí con la daga. Forcejeé con él, pero era más fuerte que yo. Sentí el filo de la daga que se clavaba en mi pecho. El dolor fue insoportable. Lo último que vi fue su rostro de locura, que se reía mientras me desangraba. Lo último que oí fue el grito de Sofía, que me llamaba desde el otro cuarto. Lo último que pensé fue que la amaba y que ojalá hubiéramos elegido otro departamento.


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