El chupacabras
No sé cómo empezar a contar lo que me pasó anoche. Estaba en mi rancho, cuidando de mis cabras, cuando escuché un ruido extraño en el corral. Pensé que sería algún coyote o algún ladrón, así que cogí mi escopeta y salí a ver qué pasaba.
Lo que vi me heló la sangre. Era una criatura horrible, como un perro flaco y peludo, con unos ojos rojos que brillaban en la oscuridad. Tenía unas garras afiladas y unos colmillos que le salían de la boca. Estaba atacando a una de mis cabras, mordiéndole el cuello y chupándole la sangre.
Le apunté con mi escopeta y le disparé, pero no le hice nada. La bala le rebotó en el cuerpo, como si tuviera una armadura. La bestia se dio cuenta de mi presencia y me miró con una mirada de odio. Soltó a la cabra y se lanzó hacia mí, gruñendo y babeando.
No tuve tiempo de reaccionar. Me tiró al suelo y me clavó sus garras en el pecho. Sentí un dolor insoportable y un frío que me invadió el cuerpo. Traté de quitármelo de encima, pero era más fuerte que yo. Me mordió el cuello y empezó a chuparme la sangre.
Lo último que recuerdo es su aliento fétido y su risa malévola. Después, todo se volvió negro. No sé cómo sobreviví, ni cómo estoy escribiendo esto. Solo sé que estoy muriendo, y que esa cosa sigue ahí fuera, esperando a su próxima víctima.
Esa cosa es el chupacabras, y nadie está a salvo de él.
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