Backrooms...

 No sé cómo llegué aquí. Solo recuerdo que estaba caminando por el centro comercial, buscando una salida, cuando de repente me encontré en un pasillo sin fin de alfombras amarillas, paredes sucias y luces fluorescentes. No había nadie más, solo el zumbido de las luces y el olor a moho.

Traté de volver por donde vine, pero no había puerta. Corrí por el pasillo, buscando una salida, pero solo encontré más pasillos iguales. Era como un laberinto sin sentido, sin principio ni fin. Me sentí atrapado, solo y asustado.



No sé cuánto tiempo estuve ahí. Los días y las noches se mezclaban, sin sol ni luna. Solo tenía mi reloj, que marcaba las horas, los minutos y los segundos. Pero no sabía si era real o no. Tal vez el tiempo se había detenido, o se había acelerado. Tal vez estaba muerto, o en un sueño.

Pero entonces, empecé a escuchar cosas. Voces, risas, llantos, gritos. Venían de detrás de las paredes, o de arriba, o de abajo. No podía entender lo que decían, pero sonaban como personas. Personas que sufrían, o que se burlaban, o que me llamaban.

Traté de ignorarlas, pero se hacían más fuertes y más frecuentes. A veces, sentía que me tocaban, o me empujaban, o me respiraban en el cuello. Otras veces, veía sombras, o figuras, o rostros. Eran deformes, monstruosos, malignos. Me miraban con odio, o con hambre, o con curiosidad.

No sé qué son, ni qué quieren. Solo sé que no son humanos, ni amigables, ni reales. Son los habitantes de los backrooms, los seres que viven entre las grietas de la realidad. Y yo soy su invitado, o su juguete, o su presa.

No sé si hay una salida, ni si la encontraré. Solo sé que tengo que seguir corriendo, o me atraparán. Y si me atrapan, no sé qué me harán. Tal vez me maten, o me torturen, o me conviertan en uno de ellos.

Esta es mi historia, y puede que sea la última. Estoy en los backrooms, y no sé cómo salir.

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