El frío escocés calaba hasta los huesos, incluso en pleno verano. La niebla espesa se abrazaba al lago Ness como un sudario, ocultando sus secretos en un abrazo gélido. Angus, un joven fotógrafo aficionado, se encontraba en la orilla, su cámara colgando de su cuello como un amuleto contra el miedo. Había escuchado las historias, por supuesto. Susurros de una criatura colosal que habitaba las profundidades del lago, un monstruo prehistórico con un cuello largo y escamoso que emergía de las aguas como un espectro. Angus no creía en leyendas, pero la fascinación por lo desconocido lo había llevado hasta allí. El silencio era ensordecedor, solo roto por el canto melancólico de un cuervo solitario. Angus ajustó el trípode de su cámara y enfocó hacia la niebla, esperando capturar una imagen que desafiara la lógica. De repente, un escalofrío recorrió su espalda. Un sonido gutural, como un rugido ahogado, resonó desde las profundidades del lago. Angus se aferró a su cámara con manos tembloro
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Slenderman
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Cinco amigos, Ana, Bruno, Carlos, Daniela y Elena, decidieron ir a acampar al bosque, cerca de una vieja mansión abandonada. Habían oído rumores de que allí vivía un monstruo llamado Slenderman, pero no les creían. Pensaban que era solo una leyenda urbana, inventada por los adultos para asustarlos. Llegaron al lugar al atardecer y montaron su tienda de campaña. Encendieron una fogata y se pusieron a contar historias de miedo. Ana sacó una cámara de fotos y dijo que quería explorar la mansión. Los demás la siguieron, excepto Elena, que se quedó cuidando la tienda. Entraron en la mansión y se encontraron con un escenario de horror. Había sangre en las paredes, muebles rotos, y dibujos extraños de un hombre sin rostro. Ana empezó a tomar fotos, mientras los demás la seguían con nerviosismo. De repente, oyeron un ruido detrás de una puerta. Bruno se acercó y la abrió. Se quedó paralizado al ver lo que había dentro. Era Elena, colgada de un gancho, con los ojos vacíos y la boca
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Estaba conduciendo por la carretera 62, de regreso a casa después de visitar a mi hermana en Point Pleasant. Era una noche oscura y lluviosa, y apenas podía ver el camino. De repente, vi algo moverse en el cielo, sobre el puente de plata. Era una silueta enorme, con alas enormes y ojos rojos brillantes. Sentí un escalofrío en la espalda y aceleré el paso, tratando de alejarme de esa cosa. Pero era demasiado tarde. La criatura se lanzó sobre mi coche, golpeando el techo con sus garras. El coche se sacudió violentamente y perdí el control. El volante se me escapó de las manos y el coche se desvió hacia el borde del puente. Oí un crujido metálico y sentí que el coche caía al vacío. Grité con todas mis fuerzas, pero nadie me oyó. Lo último que vi fueron esos ojos rojos, mirándome fijamente, como si se burlaran de mi destino.
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Me llamo Carlos y soy un médico que trabaja en un hospital de la ciudad de México. Hace una semana, se desató una epidemia de un virus desconocido que convierte a las personas en muertos vivientes sedientos de sangre. Los zombies se multiplican rápidamente y atacan a todo lo que se mueve. El gobierno ha declarado el estado de emergencia y ha ordenado el aislamiento de la población. Pero es demasiado tarde. La ciudad está infestada y el caos reina por todas partes. Yo he logrado sobrevivir hasta ahora gracias a mi conocimiento y a mi instinto. He encontrado un refugio en el sótano del hospital, donde guardo algunos suministros y armas. Pero no puedo quedarme aquí para siempre. Tengo que buscar una salida, una forma de escapar de este infierno. Tal vez haya algún lugar seguro, algún grupo de supervivientes, alguna esperanza. Hoy he decidido arriesgarme y salir a explorar. He cogido una mochila, una linterna, un cuchillo y una pistola. He subido por las escaleras con cuidado,
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Me llamo Carlos y vivo en la ciudad de México con mi novia Sofía. Nos mudamos hace un mes a un departamento en el centro, cerca de la Alameda Central. El lugar nos pareció perfecto: amplio, luminoso, barato y bien ubicado. Lo único que nos extrañó fue que el dueño nos advirtió que no entráramos al sótano, que estaba cerrado con llave y que guardaba cosas personales. Un día, cuando Sofía estaba en el trabajo, decidí explorar el edificio. Me dio curiosidad el sótano y quise ver qué había allí. Busqué en el cajón del dueño y encontré una llave que parecía ser la del sótano. Bajé las escaleras y abrí la puerta con cuidado. Lo que vi me heló la sangre. El sótano era una especie de altar satánico, lleno de velas negras, símbolos extraños, libros de magia negra y restos de animales. En el centro había una mesa con una mancha de sangre y unas esposas. Sobre la mesa había una foto de Sofía y yo, con una cruz invertida dibujada encima. Al lado había una nota que decía: "Esta noche los sacri
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No sé cómo llegamos aquí. Solo recuerdo que íbamos en el coche con papá y mamá, y que de repente hubo un ruido muy fuerte y todo se volvió negro. Cuando desperté, estaba en esta cabaña, junto a mi hermanito Lucas. Él también estaba asustado y confundido. No había nadie más. Solo nosotros dos y el silencio del bosque. La cabaña era pequeña y vieja. Tenía una chimenea, una mesa, dos sillas, una cama y una estantería con algunos libros. En la pared había un cuadro de un hombre con una sonrisa malvada y unos ojos que parecían seguirnos. Me daba mucho miedo. Lucas me dijo que quizás era el dueño de la cabaña, y que tal vez nos había secuestrado. Yo no quería creerlo, pero no se me ocurría otra explicación. Intentamos salir de la cabaña, pero la puerta estaba cerrada con llave. También había una ventana, pero estaba demasiado alta y no podíamos alcanzarla. Buscamos algo con lo que romperla, pero no encontramos nada. Solo había un cuchillo en la mesa, pero era muy pequeño y no ser
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Nunca me gustó el cementerio de Guadalajara. Siempre me pareció un lugar lúgubre y siniestro, lleno de tumbas antiguas y descuidadas. Pero esa noche no tuve más remedio que pasar por ahí, pues era el único camino para llegar a mi casa después de salir del trabajo. Iba caminando con prisa, tratando de ignorar los ruidos y las sombras que me rodeaban. De pronto, vi algo que me llamó la atención: un árbol enorme y frondoso que se alzaba en medio del camposanto. Era el único árbol que había en todo el lugar, y tenía un aspecto extraño y amenazador. Sus ramas eran largas y retorcidas, y sus hojas eran de un color rojo sangre. Me pareció ver que algunas de ellas se movían, como si tuvieran vida propia. Sentí una curiosidad morbosa por acercarme a ese árbol, a pesar del miedo que me inspiraba. Tal vez fue una mala decisión, pero no pude resistirme. Me fui acercando poco a poco, hasta que estuve a unos metros de distancia. Entonces, noté algo que me heló la sangre: el árbol tenía una placa de